-Pero yo soy un hombre noble, soy fiel a mis convicciones y tengo el don de la sinceridad; de lo contrario, mi oficio sería otro. Si sirviera para fingir, entonces me dedicaría al drama, al circo o a la tragedia. No quiero convertirme en un perro que se pone a dos patas por un poco de comida, tengo demasiadas patas para ponerlas todas en pie y me siento aún demasiado joven para morir volando. Además, así nunca sabría si me aclaman por mis méritos o por una cuestión de respuesta.
-Ah, qué ingenuo y qué cándido eres, aún piensas que hay distinción entre lo bueno y lo mediocre, que lo que triunfa lo hace por sí mismo y no por las influencias. El arte es el mundo de la compra-venta, cadenas de favores con mercancías invisibles, libros que se compran a cambio de que tú compres otros, reseñas por reseñas... Haría honor a mi nombre si te dijera que es a la inversa, y que el arte es eterno e invencible, que tiene su camino asegurado cuando realmente se acerca al cielo. Pero hoy, para ti, me he quitado la máscara, y te hablo con sinceridad y certeza.
-Pues mis ojos son capaces de atravesar tu corazón y entrever la carta que te guardas, y como sé cuál es tu nombre y lo que este significa, me atengo a lo que siempre he sabido: que lo bueno estará siempre cercano a lo íntegro, y que lo que no es íntegro se envenena y muere antes de saber si era bueno; que las costras de tu cuerpo se contagian y que no quiero tenerte como huésped.
-Eres un ingrato y te quedarás fuera del mundo, comerás tus papeles uno a uno y te sacarán la lengua.
-Con las lenguas me quedaré. Ellas son finas y auténticas, pues no está en su voluntad resistirse a los sabores agradables, retorcerse con una quemadura o arrugarse ante lo amargo.
Delia Aguiar