lunes, 30 de diciembre de 2013

[Augusto Monterroso]: [Míster Taylor]



–Menos rara, aunque sin duda más ejemplar –dijo entonces el otro–, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.

Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.

Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.

En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales.

Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Había caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera pasado.

De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó:

Buy head? Money, money.

A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traía en la mano.

Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas.

Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia.

Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna infancia había revelado una fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió –previa indagación sobre el estado de su importante salud– que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas.

Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor.

De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.

Los primeros días hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría.

Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas.

Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela.

Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, tres y medio millones de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos.

Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía.

Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó la primera escasez de cabezas.

Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.

Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.

Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la pena de muerte en forma rigurosa.

Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia.

Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.

La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas.

De acuerdo con esa memorable legislación, a los enfermos graves se les concedían veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecían el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el continental.

Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un periodo de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose el sombrero.

Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia.

¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres.

Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario sólo iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso.

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra.

Fue el principio del fin.

Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.

El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío.

Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado.

En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamericanas.

Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación.

Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras, de diputados.

De repente cesaron del todo.

Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."

viernes, 13 de diciembre de 2013

CUENTO BREVE #142857

CUENTO BREVE #142857

Me dispongo a ESCRIBIR algo. Un RELATO. Un cuento BREVE que me gustaría que perteneciese a los dominios de la ficción pero que, tristemente, no hará sino relatar nuestra HISTORIA. Será aburrido porque ahora todas las cosas lo son, y más si son contadas desde este lenguaje abyecto e ineludible. Elaboraré este cuento como yo quiera, eso sí, y cualquiera podrá ver en él mi profundo odio hacia ellos. Ellos, sin embargo, no me castigarán, porque ellos saben que la crítica y la denuncia son laberintos sin salida que no entrañan ningún peligro. Ahora yo también lo sé. Ahora —creo— ya todos lo sabemos, y por eso mi historia es redundante. También por eso no intentaré negar que esto, esto que voy a escribir es, efectivamente, un CUENTO.

INTRODUCCIÓN
Lo más divertido es que tal vez todo empezó siendo una broma. Y que quizás el graffiti, una práctica que se suponía contestataria, sea uno de los culpables. La primera noticia que yo tuve de ellos —y empezaré narrando a partir de mi experiencia para no incurrir en el peligro del que nos advirtieron Jörg Ludwig Bürger y Luther Blissett— fue un cartel (una versión primitiva de las actuales ETIQUETAS) que me sorprendió porque estaba pegado en el lateral del vehículo que todas las mañanas me llevaba al trabajo. Rezaba “AUTOBÚS”. Recuerdo que a algunos de los que esperaban les hizo gracia. Imbéciles... a veces incluso pienso que merecemos todo esto.
Eran silenciosos e invisibles. Algunas veces he oído hablar de gente que durante ese primer estadio de la invasión vio cómo alguno pegaba una etiqueta e intentó darle caza, pero nunca eran atrapados. Según Antonio López Marina nos dice en un ARTÍCULO para el PERIÓDICO El País, si pensamos en la sencillez del método esto no resulta nada extraño. Un cartel con letras de ordenador, en papel normal y del tamaño que usan cuesta apenas unos céntimos, sobre todo si se imprimen en masa. Muchos han sido los que culparon a las empresas carteleras, a los graffiteros, a los plantilleros y a los ingenuos miembros del movimiento post-it, pero la idea que —en mi opinión— realmente subyace al problema es la de PUBLICIDAD. Hace años la gente torcía el gesto al oír en Cuba no existen los grandes carteles publicitarios; hoy, la mirada se les ilumina con un brillo de esperanza. Es mejor no contarles que ellos ya han llegado allí. En realidad, de hecho, ya están en todas partes.
Empezamos a llamarlos LOS CATALOGADORES con un dejo de incomprensión en la voz. Se hablaba poco de ellos y nadie sabía con precisión quiénes eran. Existe la teoría —maravillosamente expuesta por George Jimenes González— de que al principio no eran un movimiento organizado, de que las etiquetas fueron —como ya dije al comienzo— una broma que halló un eco en un pequeño grupo social constituido por jóvenes aburridos de clase media que no tenían nada mejor que hacer. Esta teoría explicaría por qué en los países menos desarrollados Los Catalogadores tardaron más en extenderse, y también que su nombre surgiese de nosotros, la masa, los espectadores, y por qué —al no constituirse como un GRUPO ORGANIZADO— el GOBIERNO nunca pudiese con ellos. Hoy, el gobierno tiene su propio DEPARTAMENTO DE CATALOGACIÓN Y ETIQUETADO, e intentan ser más rápidos que ellos sin darse cuenta de que en realidad forman parte de ellos, de que son ellos, de que tal vez todos lo somos. Yo, personalmente, quiero creer en la teoría de Jimenes y pensar que el mal provino del anonimato, que nadie tiene la culpa y que nadie puede defenderse de un enemigo que ataca desde la nada. También: de que el gobierno combate contra un enemigo invisible.

NUDO
Pronto las casas se llenaron de etiquetas con la palabra CASA y la minuciosidad fue en aumento. PUERTAS, VENTANAS, MARCOS, y luego POMOS, TORNILLOS, BISAGRAS, ACEITERAS, ACEITE... Los líquidos sin continente se consideran incatalogables, pero escasean y además son extremadamente efímeros, así que son una vana esperanza a la que aferrarse. Además, es fácil catalogar la idea del MAR, por ejemplo. Tras un tiempo, algunos estudios revelaron que la riqueza léxica caía a una velocidad preocupante en todo el planeta, y hubo una alarma generalizada. Ya nadie sabía nombrar su hogar si no era con la palabra CASA, y fue entonces cuando aparecieron los SINONIMADORES o —mal llamados— ANTICATALOGADORES, quienes no hicieron sino echar más leña (sería mejor decir papel) a la hoguera que ya empezaba a prender nuestros cerebros. Era insoportable salir a la CALLE EXTERIOR INTEMPERIE... y ver cómo un COCHE AUTOMÓVIL VEHÍCULO... pasaba ante ti; daban ganas de arrancarse los ojos (aún dan), y los casos de depresión, violencia doméstica, estrés, suicidio y síndrome de Amok aumentaron de forma descontrolada, así como el número de sectas. También empezó a menguar el número de POETAS, que hoy —es bien sabido— ya no existen o son tristes juntadores de palabras. Muy pronto todo tenía su nombre, y ahora ya somos incapaces de pensar nada fuera de las etiquetas; nuestro lenguaje ha sido castrado y nuestra imaginación cercenada. He visto a gente llorar intentando pedir una BARRA DE PAN a su PANADERO con otras palabras. Balbucean, babean, y no consiguen nada. El método de señalar es demasiado lento en la mayoría de los casos. El Apocalipsis ya ha sucedido, pero éste no es el final de nada excepto de la progresiva ordenación que la realidad ha sufrido desde que nosotros la poblamos.
Así llegamos al FINAL del relato. Sin embargo, aún quiero narrar el fracaso de algunos episodios de RESISTENCIA que vivimos. Sé que poner el final a la MITAD es un ERROR DE ESTILO, que es ANTICLIMÁTICO, pero tal vez eso no me importe o quizá no crea que el final cronológico de esta historia sea el verdadero.
Antes de continuar, quiero explicar el porqué de las mayúsculas. Cuando todo empezó, claro, las etiquetas se diferenciaban de las palabras normales por ir en mayúscula, y así no era lo mismo “SOMBRERO” que “sombrero”, pero ahora que todo son etiquetas ha ocurrido la tragedia y ya se ponen simplemente en minúscula: las etiquetas han sustituido a aquello a lo que designaban. En mi caso, es una cuestión de estilo, un ejemplo del uso que se les daba antiguamente o una suerte de denuncia inútil: a elección del lector.

DESENLACE
El primer movimiento de resistencia que hubo no fue un movimiento en sí sino más bien una moda desesperada. Tres meses después de que el sistema de etiquetas ya dominase el planeta de forma evidente (y pacífica), el filósofo brasileño Carlos Salvador teorizó sobre la idea de que los animales eran un símbolo de liberación —ya que ellos no podían leer las etiquetas— y propuso que todo el mundo adquierese un gato, por lo sencillo que resulta y en honor del escritor argentino Jorge Luis Borges. Por descontado, la etiqueta GATO no resultaba un problema, ya que nombraba el objeto pero no lo que evocaba, y Los Catalogadores no lograban dar con una etiqueta abarcadora de todo el significado. Me hace gracia imaginarlos barajando posibilidades: GATO DE LA LIBERTAD o GATO SIMBÓLICO serían algunos ejemplos. Sin embargo, al final dieron con la clave. Yo creo que las etiquetas siguen una especie de proceso de selección natural mediante el que sólo prevalece la más fuerte. El resultado fue SÍMBOLO DE LIBERTAD. Apenas pasaron unas semanas antes de que la gente, desesperada, matase o abandonase a sus gatos. La etiqueta es precisa y agotadora: aunque se cambiase el símbolo, el nombre prevalecería.
Lo siguiente fue lo de los analfabetos, pero también constituían SÍMBOLOS DE LIBERTAD y, además, los PLANES DE ALFABETIZACIÓN (que, ahora lo sabemos, no son sino un modo de extender el sistema) proliferaron como una plaga y ahora ya no queda casi ninguna de esas “vacas sagradas” (como los llamó Salvador en un ensayo de 2020) que fueron los analfabetos ya que, aunque no podían ayudarnos, estaban a salvo del etiquetado. También se ha conocido algún caso de analfabetos asesinados por envidia. Por otra parte, el EXPERTO Mahan Krishnan ha afirmado con acierto que si la resistencia mediante el analfabetismo se hubiese impuesto acabarían por nacer las etiquetas auditivas o algo peor que alimentase las llamas de nuestro infierno. En su contra la filósofa Heljä Haajanen ha apuntado que quizás algo de CAOS sería beneficioso para la sociedad en su estado actual.
También hay quien ha intentado olvidar el idioma o no enseñárselo a sus hijos; ambas alternativas se descartan rápidamente debido a datos empíricos y a las investigaciones con niños del difunto genio Noam Chomsky.
La alternativa que más éxito tuvo, la que casi nos sacó de este pozo de palabras que nosotros mismos hemos cavado, fue la de LOS OTROS o LOS INCLASIFICABLES, un grupo activista que construía objetos extraños como un enorme pedazo de carne de trescientos cincuenta kilos con un paraguas clavado o un busto de mármol sobre un lecho de flores y cristales de gafas de sol. Al principio fueron considerados artistas performativos o que hacían instalaciones, entre otras cosas porque adoraban a Marcel Duchamp y tenían un cierto aire de elitismo revolucionario. La etiqueta que el SISTEMA inventó para los objetos que creaban fue la de INCLASIFICABLES, pero no resultó suficiente; la gente seguía hablando de ellos como “el cristal con forma de vaca coja” o “la caseta de perro con mil cucarachas dentro y un pedacito de queso de cabra”. Cuanto más sorprendentes resultaban, más efectivos eran. La alegría y la esperanza nos invadieron durante los que —creo— fueron los mejores meses de mi vida. Los MANUALES DE ESTILO dirían que yo debería haber contado esta historia sin desvelar el fracaso hasta el final, pero no quiero que la decepción que yo sentí se repita en mis lectores. Además, como ya he dicho, esto no es ficción. Lo que ocurrió era de esperar: en lugar de nombrarlos sólo individualmente, la gente empezó a llamarlos INCLASIFICABLES (u OTROS) por desconocimiento o por pereza. Bogdan Ionescu sostiene que fue el resultado de un plan que consistió en publicitar los inclasificables a mansalva y, si bien estoy de acuerdo con que el desastre vino del hecho de que se dieran a conocer masivamente... ¿un plan de quién? Otra vez, el trabajo de buscar culpables resulta estéril. Los artistas que lo habían empezado todo gritaban a diestro y siniestro que no los llamasen inclasificables sin ser conscientes de que así caían en la misma falacia. Muy pronto ya sólo fue una etiqueta más. Años después, fue un SÍMBOLO DE REBELDÍA por lo que llegó a significar, pero entonces esa misma etiqueta apareció junto a todos los inclasificables, lo cual nos hace pensar (por escalofriante que parezca) que los catalogadores no albergan ningún mal en sí, que sólo son seres fríos y sistemáticos incapaces de vivir sin el perfecto orden de las etiquetas.
Para terminar —gráficamente— diré que muchos intentaron emigrar a un lugar donde se hablase una lengua desconocida para ellos, pero las palabras básicas se aprenden con demasiada facilidad. De hecho, el método de etiquetado casi ha constituido una REVOLUCIÓN en lo tocante al aprendizaje de lenguas extranjeras. Es debido a este movimiento migratorio que a día de hoy apenas queden peruanos en el Perú o japoneses en Japón. Yo sigo aquí en España porque he comprendido la falacia que entraña todo movimiento.

Hemos de reconocerlo: éste es el final. El final es: no hay resistencia. El final es: tal vez nunca la hubo.
FIN
Munir

martes, 26 de noviembre de 2013

Continuidad de los parques



Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Julio Cortázar

sábado, 16 de noviembre de 2013

Jacinto


¿Dónde estoy? Pensaba Jacinto, había pasado un día y medio del secuestro. El ayahuasca lo había secuestrado el jueves por la mañana y ya era viernes. Abrió los ojos como cuando uno nace, llorando y sin ver nada. Regresó asustado, pálido, con náuseas, con la boca seca y sabor a óxido, con fatiga y falta de aire, como un surfista sumergido y atrapado en las profundidades de una ola gigantesca y sale a la superficie en el último segundo de oxígeno, casi a punto de morir ahogado. Entendió que su viaje había terminado, que su amigo el chamán Alejo estaba a su lado desde el jueves por la mañana y no lo había dejado solo por un instante. Jacinto sintió el peso de la resaca, lo sintió cuando se quiso parar, le dolían las rodillas, la espalda el alma. -¿Qué me paso don Alejo? -¿Por qué usted no me despertó?. No puedo despertarte de tu sueño, nunca escuchaste que a los sonámbulos no se les despierta. Pero yo no estaba sonámbulo yo estaba solo dormido. -No te acuerdas que cantabas como un tucán, te movías como la serpiente y mirabas fijo como un jaguar?-No te acuerdas que me preguntabas ¿Porqué las cosas tienen nombre?¿Porque los hombres no quieren vivir? ¿No te acuerdas? Solo dormiste 3 horas, el resto de los días estuviste en otro mundo y era preferible no sacarte de ahí, era tu propio mundo, estabas aprendiendo de la vida, de tu vida, del mundo, de la tierra, de los animales que vivimos aquí, yo solo te daba agua y guía espiritual, pero en un momento la protección se las di a las tarántulas porque estabas molestándolas y temía que te las comieras. ¿Me quería comer a las tarántulas? No se, no estoy seguro, pero habrías la boca cada vez que las mirabas y te acercabas a ellas como la serpiente se acerca a su presa para devorarlas, creo que eras una serpiente. -Pero era parte de mis alucinaciones o habían tarántulas?. No,viven allí en el cuarto de mi hijo, quien por cierto te trajo mucha agua y una frazada.¿ Aprendiste algo? -Me vienen recuerdos de cosas extrañas, de figuras difíciles de describir, sentí en algún momento que tenía la respuesta para todo, existe una balanza de oro de la cual el hombre no quiere saber nada, una balanza que siempre está en equilibrio, y que si el hombre quiere, la puede tener, pero dependiendo de quien la toque la balanza se mueve, conmigo no se movió, pero con el si. -¿Quien es el? El abuelo, era un hombre muy viejo, pero realmente no se quien era ese anciano, tenía una vestidura rara, no era de acá, como que si fuera de la época medieval, llevaba sandalias raras y una vestidura que no es de aquí, -¿Parecía europeo? No estoy seguro, lo vi acercándose a la balanza, le vi como le brillaban los ojos al verla, vi el reflejo de sus ojos en la balanza de oro, el sé acerco y la cargo, apenas la toco, la pesa derecha de la balanza se movió, entonces el anciano extraño pegó un grito de dolor, tiró la balanza y me miro a los ojos, pedía ayuda, pero le di la espalda, me gritaba por agua, por aire, pero le di la espalda, quería yo hablar, quería ayudarle pero no pude, sólo le di la espalda.

Jacinto había perdido a su esposa y su hija en un accidente de autobús, aunque ese día su esposa le pidió que le diera 10 soles para el taxi, pero Jacinto se los negó, porque iría un ratito a la pelea de gallos, así que le dio 1.25 soles para el autobús. Jacinto había perdido su negocio porque no pago los impuestos por 3 años y el banco le había embargado su casa y su negocio, era el único hijo y sus padres ya habían fallecido hace mucho tiempo, sólo tenía un tío en Argentina que estaba desconectado totalmente de la familia. No tenía a nadie, solo a la familia muerta y ni enterrada porque nunca se encontraron los cuerpos. Jacinto decidió irse a la selva del Perú, al Amazonas, sin dejar rastro en Lima, a la selva a vivir una vida de animal, no encontraba nada que podría animarlo en la ciudad, y sabía que un día más en Lima, sería suficiente para acabar con su sufrimiento, y por más que quería acompañar a su mujer y su hija en la eternidad, no tenía el coraje suficiente para hacerlo, para volarse los sesos, era un pusilánime, aunque lo pensó, necesitaría balas para el arma oxidada que guardaba en la casa del perro que tenía en el techo.
Había entonces decidido irse a la selva, donde buscaría algo que hacer, algo en que creer, alguien en quien confiar y quien más que su último aliento Alejo, el chamán, quien lo conoció en Lima cuando a Alejo lo contrataron para bendecir a un caballo que debutaba en las corridas. Jacinto le pidió a Alejo que le pasará el huevo y el cuy a su negocio de abarrotes para que prospere, pero nunca próspero, porque Jacinto se gastaba las ganancias en el hipódromo y aveces en las peleas de gallo, pero más en el hipódromo. Le mentía a la mujer cada vez que le pedía vacaciones para la familia, Jacinto le mentía a su esposa cada verano - !Este país paupérrimo nos tiene secuestrados, no podemos salir ni a pasear por Miraflores o irnos a Miami, porque no nos alcanza la plata, no tenemos plata ni para ir a comernos una hamburguesa a Mcdonalds! O comprarle a la niña unas zapatillas Nike como se debe!. Le decía a su mujer que no tenían ni un centavo extra para vacaciones, que a las justas comían, la mujer le escuchaba como fiel aliada, y le preparaba sus lentejas con tocino y cebollita picada con arroz y su huevo encima porque ese era el menú de todos los días, aveces variaba las lentejas por habichuelas negras. En esa cena Jacinto comía pensativo, fantaseando que la próxima semana ganaría en las apuestas, su hija vino corriendo y le dio un beso y le enseño las notas honorables que saco en la escuela primaria, y le pidió que le regale una bicicleta para Navidad, Jacinto se lo negó, a pesar de que pudo regalarle muchas bicicletas a su hija y darle muchas vacaciones a su esposa, pero no, se gastaba la plata en los caballos cada domingo y de vez en cuando en las peleas de gallos.

-No quiero recordar a ese viejo maldito que vi en mi viaje.¿Porqué? Le dijo el chamán Alejo, porque me recuerda todo lo malo, quiso apoderarse de la balanza que me pertenecía, era tan real, que ya me hacía de venderla y sacarle un provecho, era de puro oro. Jacinto se llevaba las manos a la nuca y miraba el techo de la choza donde estaba, lloro por un rato, con fuertes respiraciones le dijo al chamán que no se sentía mejor, que ese viaje que cambia a las personas no le había resultado a el, que sería mejor perderse en la jungla solo, y que se lo comieran las anacondas lentamente, así como se comen a los animales grandes hasta que estos llegan al estómago de la anaconda y los digiere con el tiempo. -Quiero morir sufriendo, quiero morir con dolor, soy un asco de ser humano, soy peor que la basura que botan los comerciantes del mercado central de Lima, soy la mierda de la mierda, llevándose los brazos a la nuca y esta vez de rodillas en el suelo mirando hacia el piso, lloraba. Extraño a mi esposa a mi hija, ¿porque me pasa esto a mi?  Nunca la traicione con otra mujer, nunca le puse un dedo encima, ni a ella ni a mi hija, porque dios me castiga de esta manera! Se lamentaba Jacinto mientras que Alejo estaba sentado frente a el con una bolsa de hoja de coca en sus manos tomo un poco y se lo llevo a la boca y le dijo: Ese viejo que quería robarte la balanza eras tu mismo, ese viejo que rompió la balanza eras tu, la balanza es la representación del equilibrio, es tu aliado, tu no puedes traicionar a tu aliado, al equilibrio, eras tu ese viejo lleno de excesos. La balanza se inclinó porque tu la inclinaste, tu creaste al viejo, nunca hubo un viejo aquí,viste la balanza porque viste tu más grande error, el extremo. Tu alma se ha envejecido, a pesar de que solo tienes 43 años pareces de 80. Ese viejo eras tu, Jacinto levantó la mirada con lágrimas en sus ojos, se intentó calmar pero fue en vano, con las cejas cruzadas de inocencia vio a Alejo, respiraba más tranquilo, respiraba profundo, ya no le temblaban las manos, se sentó y quedo en silencio. Este viaje ha sido para que veas tu propia vida, para que te des cuenta de que puedes arreglar tu vida.

Es muy tarde para eso Alejo, mi esposa esta muerta al igual que mi hija, he matado a mi propio perro, porque el día que tenía que pagar para sus vacunas me las gasté en los caballos y en una semana se murió, era un perro fino y se enfermó y murió, me he matado a mi mismo desde el día que entré a ese hipódromo asqueroso, y deje mi vida en las apuestas. Sin embargo, los que están ahí tienen todo, tienen familia y siempre se les ve felices, yo quería eso, quería ser feliz, quería ganar una apuesta y llevar a mi mujer a Miami comprarle la mejor bicicleta a mi hija. Pero no, me gastaba toda la plata en las apuestas y nunca gane ni mierda y cuando lo hice la perdía apostando de nuevo, me debí ir a casa cuando gane una apuesta a la mejor partida, eran cinco mil soles, pero los aposté a Las Vegas, caballo asqueroso se cansó y le ganaron todos, perdí todo! Soy una lacra inmunda, un estropajo, un mal esposo,un pésimo padre, un mal hijo, seguro mis padres se murieron por mi culpa, porque dejaron que sus enfermedades se los lleven ya que no tenían motivo de vida por un hijo de porquería como yo que no quería ir a la universidad, ni seguir el negocio del padre, porque mi apellido inglés era suficiente.

Alejo lo miro con mucha seriedad escupió la coca que masticaba y puso un par de hojitas más en su boca. -Eres necio,terco, le dijo. No insistas en algo que sí conoces, sabes que tu vicio ha acabado contigo,insiste en algo que no conoces, busca el equilibrio, esa es la respuesta a tu  mejora. Sal de esta choza y corre al monte de Junín, siéntate ahí por unas dos horas y respira las hojas que envuelven al monte, acuéstate y duerme en el monte, llévate agua, también pan y envuelve este cuy curado con sal y quédate ahí todo el día, verás que encontrarás la respuesta por ti mismo, es en vano que yo te diga que hacer, el viaje que tuviste es tuyo y tu eres el único que se tiene que dar cuenta que significa. Anda y ve, reflexiona sobre el viaje.

Jacinto aceptó con la mirada perdida, agarro las cosas que Alejo el chamán le había dado y fue hacia el monte de Junín, que estaba más o menos a 5 kilómetros de la casa de Alejo, no era un monte grande, era más como un islote en el medio de unos arbustos que suelen formarse por las arenas finas de las orillas del Amazonas, pero Alejo, acostumbrado a la región andina tampoco estaba muy familiarizado con la selva, también buscaba un futuro mejor, no económico, sino espiritual, los Andes los enfriaba mucho y necesitaba el calor de la selva, Alejo llevo a toda su familia a Iquitos y ahí fue donde Jacinto lo encontró.

Julián descansó ahí, medito, término la faena y empezó a comer el cuy curado con sal que le había dado Alejo. Después se durmió profundamente, como si el cuy curado con sal fuera un poderoso analgésico, Jacinto se durmió sin sufrimiento, tranquilo y con ignorancia de los peligros de los islotes de la selva. Ya había estado un caimán rodeando a Jacinto sigilosamente, así como lo hacen los caimanes del Amazonas y otros animales, te estudian por horas y saben que somos sus presas, pero tienen paciencia y esa es su mejor virtud. Vino un caimán de cinco metros de sigilosos movimientos y le pesco el cuello de un mordiscón, sacudiéndolo muchas veces y llevándolo al río para asfixiarlo, el caimán daba vueltas con el cuerpo de Jacinto como un tronco cortado por los taladores de árboles que gira y gira sin parar por los causes del río Amazonas hasta llegar a su destino lucrativo. Jacinto nunca salió del agua. Cuando el caimán gigantesco salió, regreso al pequeño islote y se quedo dormido al lado de las pertenencias de Jacinto, vio el cuy casi entero que había dejado Jacinto pero no se lo comió, estaba satisfecho con el festín.

Mauricio Fuentes

domingo, 10 de noviembre de 2013

El fetiche



Andar descalzo es de pobres, de zarrapastrosos, de gente sin ningún tipo de decoro ni pudor. Los pies de una persona a veces son feos, y están llenos de callos y de heridas allí donde rozan todos los zapatos. Los pies sudan, huelen mal, son una parte olvidada de nuestro cuerpo que nos limitamos a encerrar en una caja cuando estamos en público. Los pies no están cómodos ahí dentro, los dedos no pueden moverse al compás de la canción que tararea nuestra cabeza, los dedos no pueden bailar. 

Para mí, los pies son bonitos. Tan marginados, tan esclavizados con el peso diario de todo nuestro cuerpo. De todo nuestro voluminoso y pesado cuerpo, torpe y carente de gracia. ¿Sus heridas? Las cicatrices de su dolor.

Corro descalza, y noto el pinchazo del frío en cada milímetro de la planta del pie. Corro rápido, y a medida que me acerco a mi destino, sucia y sin zapatos, el frío pinchazo se convierte en dulce quemazón.

Ven tú también. Quiero besarte los pies. 
Ainoa Marco

jueves, 7 de noviembre de 2013

Mira una moderna

La tarde que Mirta del Foso desapareció, su padre y su madre -como dos padres y madres cualesquiera, padres y madres diseminados a lo largo del orbe, vértebras de una indolora clase media que jamás esperaría que el sistema de repente se dé la vuelta, que los códigos se rompan, que la enorme bota de la ley les aplaste el cráneo de tribunal en tribunal, recurriendo y escalando- sus papás, digo, la habían llevado al parque.

Describiría a Mirta, pero creo que ya todos saben de sobra cómo es, o cómo era. Sin embargo, sí haré una semblanza alternativa: Mirta es como una bolsa en llamas puesta en la cabeza de sus padres.

¿Dónde esta Mirta, dónde está?

Dicen que la tiró al río un tal Bolaño.

A veces, en la noche improstituible de Plaza España, oigo voces que gritan "Bolaño libertad" y "Mirta libertad", voces de borrachos, voces de jóvenes que aún caminan por la cuerda floja de la juventud, divino tesoro, divino tesoro del infierno, que es una cuerda tendida entre el adolescente y el parado, y de algún modo me gusta creer que lo que hacen es reivindicar algo, intentar que al menos los madrileños y madrileñas, MADRILEÑOS Y MADRILEÑAS, se sorprendan un poco, porque cuando la gente se sorprende no le queda más remedio que abrir los ojos.

Pero para poder pensar esto tengo que haber bebido mucho, y últimamente ando sin un puto duro.


A los pocos días de que los ecos en los medios hubiesen hecho sobrada justicia a la expresión dar el latazo -término que acuñaron Lorca y Dalí, entre besitos y caricias, para indicar una cualidad inherente a la formalización cubista o gongorina de cualquier objeto artístico, o lo que es lo mismo, para expresar que un cubista en poesía siempre va a ser un coñazo- en lo referente a la extraña desaparición de la niña hasta la hora, todas las pistas llevaban hasta un tigre de bengala que se escapó del zoológico y Bolaño seguía manteniendo su huelga de hambre y de palabra en la cárcel. Coca-cola y Burguer King organizaron una campaña conjunta de publicidad sobre el caso para ayudar a la justicia. En los Happy Meal, los niños podían coleccionar las cinco maneras más votadas en internet sobre cómo pudo ocurrir el caso. Coca-cola, por su parte, decidió hacer un homenaje a los westerns y empapeló varias ciudades principales de España con carteles de "Se busca", ofreciendo una sustanciosa recompensa de diez años de suministro ilimitado de cualquiera de sus productos (pero solo uno).

En vista a que el escritor de novela pseudo-erótica, Bolaño, sigue reticente a identificarse como el asesino, que las pruebas contra él están basadas en indicios, esto es, no son suficientes para condenarlo al garrote vil como Dios manda -el Estado solo tiene derecho a retenerlo y torturarlo para que hable-, y el fervoroso deseo popular de vengar a la pobre Mirta, hoy en el Parlamento se decidirá si se dejará en manos del pueblo español la decisión de elegir al asesino. Esto conllevaría a que se haría, como ya ocurrió anteriormente, una consulta via facebook en la que cada ciudadano que cotice en la seguridad social podrá elegir como candidato al asesinato a quien le canten las pelotas. Las encuestas previas indican que al final todo quedará entre el tigre y Bolaño.

Bien compañeros, así es como están las cosas. A cada uno se le ha asignado un dosier con toda la información completa que les acabo de relatar. Ese tigre está en peligro. Después de años en la sombra por fin nuestra organización tiene un objetivo. Tenemos que salvar a ese tigre. Los derechos universales de los felinos se vuelven a ver atacados por este Estado opresor homocéntrico. Como sea, hemos de hacer que el tal Bolaño ese acabe como culpable._

Ahora gritemos todos nuestro lema y a trabajar, compañerxs!


¡¡¡¡La alienación mató al gato!!!! ¡¡¡¡Felinos Askatuta!!!!


Diario La farola, 3 de febrero de 2013.

Ayer aconteció un evento sin precedentes en nuestra nación. Como todo el mundo sabe, a las 13 horas del susodicho día anterior a éste estaba convocada una consulta ofrecida por Facebook (R) y sponsorizeada por Coca-cola (R) y Burger King (R). Todo el país esperaba expectante que un verdugo acabase con la vida de Miguel Bolaño, varón de raza blanca.

-Manolo, date prisa que llegas tarde y luego a ver quién da de comer a la niña, porque limpiarla ya sabemos quién la limpia.
-Calla Concha, que esto es interesante, que no van a matar al asesino hijoputa ese.
-¿Ah, no? ¿Y quién ha salido culpable?
-Pues eso te digo, mujer, que me dejes leer a ver si me entero.
-Ay Dios mío. Y el verdadero asesino por ahí suelto. La madre que parió a este país. Si es que ya te dije que nos teníamos que haber hecho feibu.

...las razones que se barajan son cuatro.

Uno. Que el comentario del día 1 de febrero del presidente Botín enfureciese a las masas. El comentario -captado por un micro abierto, recordemos- fue: "¿no querían consulta popular? Pues toma dos tazas".
Dos. Que la sociedad se haya puesto de acuerdo de alguna manera para votar en común como una enorme broma de mal gusto. Desde la jefatura de policía, sin embargo, se ha afirmado que esto es imposible, que la población está debidamente -ejem- vigilada.
Tres. Un ataque hacker.
Cuatro. Que todo esto se deba a que la red social que se eligió para la consulta sólo sea utilizada en general por individuos aún inmaduros, que no están preparados para votar.

Sea como sea, lo único seguro es que la persona que ha sido declarada como asesino debería ser ejecutada hoy a las 19 horas en el lago del parque del Retiro, Madrid. Esa persona -como nuestro lector tal vez ya sepa- es


Lo primero que hizo Cristiano al ver su imagen y nombre en la pantalla se puso a llorar. Se acordó de aquel maldito penalti. Recordó el tiempo en que sus llantos eran televisados y la mitad de aquel país le amaba. Pero eso era antes de convertirse en esclavo.

El fútbol había cambiado. Sobre todo con la entrada en vigor del Tratado de Libre Transacción. Antes no le preocupaban aquellas cosas. Ahora su persona jurídica pertenecía a una empresa._

Desde que su club de fútbol le obligó a nacionalizarse como español, por orden expresa del Ejecutivo para mantener el "boom" de la roja tras la muerte de Villa a manos de un babuino en el zoo, se había sentido muy triste y deprimido en su cárcel palacio. Pero deprimido de verdad. Luego eso se transformó en odio. Y erró aposta aquel penalti definitivo._

-- Ahh Dimitrri, esto va a serr diverrtida.
-- Ha ha ha ha, sí

Estaba solo. Completamente solo. Hasta sus dos guardaespaldas habían votado por él.

Si no me creen, vayan y hagan el experimento ustedes mismos: busquen un escritor menor de cuarenta […] y pregúntenle por Bolaño: más del ochenta por ciento, no exagero, dirá que es bien padre o güay o chévere o maravilloso o genial o divino. Y luego pregúntenle a un escritor mayor de cuarenta […] y verán que en el ochenta por ciento de los casos tiene algún reparo que hacerle, o varios, o todos. […] Ante un fenómeno que se aproxima a lo paranormal y que posee innegables tintes religiosos_―Bolaño para presidente, God save Bolaño, Bolaño es Grande, Yo©Bolaño―_cabe preguntarse, evidentemente, ¿por qué?


El mayor logro que podemos adjudicar a la literatura de Bolanio, no obstante, desde la Teoría de la Rasgadura del Velo, es el que deriva del personaje principal de su última novela_2555: te reviento el culo,_el joven y expermental director de_snuff_norcoreano, Kim Jong-Archimboldi. La obsesión por el medio acuático, inspiración para películas, que caracteriza a Kim, llevándole hasta el extremo de olvidarse de respirar cuando se sumergió en la bañera de semen y sangre cuando tenía cinco años, ha dado lugar a un curioso fenómeno. Desde el año de la publicación de la obra hasta hoy, un número cada vez mayor de jóvenes-zombi -según la terminología más actual de la sociología- ha emigrado a vivir al mar. Actualmente podemos hablar de tres comunidades abastecidas de pescado y rudimentarios desalinizadores como para sobrevivir. Su objetivo, según los documentales del año pasado, es el de conseguir vivir el tiempo suficiente como especie en el agua como para evolucionar. Todos admiten que la motivación surgió a partir de la lectura de Bolanio. Aunque es verdad que debemos admitir que a ello también han contribuído recientes pruebas de un posible salto del homo sapiens a los mares hace mucho tiempo. Además Bolaño... y Bolaño, porque Bolaño, es Bolaño, más Bolaño, que el mismérrimo Bolaño, es decir, bolaño es Bolaño, no?, es Bolaño Bolaño? Quien ViGila? Quien ViGila _A BolAniIoo

En fin, lo que yo -pobre expectador de los acontecimientos de este mundo enfebrecido- venía a decirles, es que Bolaño sobrevivió y -cómo no- se fue a vivir al mar entre los suyos, personas o sirenas que hacía tiempo no habían visto la televisión y que por lo tanto no sabían que Bolaño casi, casi, había muerto por el asesinato de Mirta de la Torre, se fue a vivir, decía, al mismo fondo del mar, donde le consideraron un impostor, pero con cariño, es decir, no lo mataron, no lo mataron aunque había dicho que él era el creador de Kim Jong-Archimboldi, no lo mataron por hacerse pasar por su Dios, incluso le dejaron ser uno más entre sirenoides, y desde luego no lo mataron por llevar al cuello un colgante con la última de las muelas de Mirta de la Torre.

Tres de los escritores bárbaros.

martes, 5 de noviembre de 2013

Cuenta la leyenda


Cuenta la leyenda del Reino de los Sin Sabores que su princesa iba constantemente de aquí para allá, buscando su príncipe pero dejándose resbalar. Su joven príncipe la miraba desde lejos siempre. Este caballero la había salvado ya del joven mendigo el cual la amaba con el alma pero con el que ella tan sólo jugaba. De aquel tipo caprichoso, noble y creído, que pensaba que lo tenía todo hecho. También la salvó del señor mayor y feudal que tan sólo buscaba una alianza matrimonial para ganar derechos de herencia. Combatió por ella contra el incipiente burgués que le prometió oro y plata invisible. Peleó, incluso, por su princesa, con el dragón de las alas de fuego que la raptó y que congestionó al Reino. Y, cuando al fin ella se dio cuenta de que su príncipe había estado siempre ahí, él dejó de creer en princesas y en el amor. Cabizbajo se marchó, dejando atrás la leyenda y el Reino, creyendo solo en su noble y guerrero corazón.
G. S. Díaz

sábado, 2 de noviembre de 2013

Oración autobiográfica de Félix Hangelini


Como experiencia puedo asegurar soy un fracaso. Viví donde podía. La Habana Barcelona Madrid México DF. Nombres se repiten enfermizos bajo luz de sol. Nombres cáusticos antes no eran nada, y ahora mapa pirotécnico quemándose de sangre de ombligo. Nombres duelen cuchillos lentamente clavándose. Este cuchillo no siente estómago, este estómago sin voz y sin promesa de mañanas, no entiende. No será. La Habana Barcelona Madrid DF última estación. Nombres confundidos hechos aire con la sangre de mi boca, boca no cerrada, sí los ojos; pero ella seguirá hasta fin de los oídos, aunque cambien esos nombres, La Habana Barcelona no recuerdo, nombres extintos una vez me acogieron.

Gonzalo Lozano

martes, 29 de octubre de 2013

Niñas de Posguerra en el río


"...Vértigo, la superioridad del rastro de los helicópteros. El agua dulce acoge de nuevo al eco, que prefiere expandirse hasta el infinito. Niñas ancianas que, de nuevo, gritan ¿Quién les dejó llorar hasta sentir su propia egolatría? En sí mismas retoman el llanto, que se ha recogido en un vaso. Lágrima a lágrima.

-beben-

El alarido vertiginoso de las ancianas es un sonido que se estruja a sí mismo con una fuerza superior en peso y trascendencia al resto, es por eso por lo que después de escuchar atentamente, huí aterrada, me habían hecho llegar a la última forma de mi comportamiento.

Aún nadie me ha contado si las desgracias tienen fecha de caducidad..."

sábado, 31 de agosto de 2013

73. La Hipocresía a un Poeta

-Poeta, tú que sabes bailar entre las palabras y que vistes de novedad a las ideas, ¿cómo es que nunca pensaste que, engalanando con tus artes las artes de otros poetas, podrías aumentar tu público? Pues ¿no son poetas la mayoría de los que escuchan a los poetas? Toma estas sedas azules y sírvete de ellas, baila a su alrededor y rodéales con ellas, circula entre las voces de los artistas subidos a sus pedestales, inclínate ante sus pobres ocurrencias y verás cómo después te aplauden aunque recites un trabalenguas. Al menos, seguro que te corresponden.

-Pero yo soy un hombre noble, soy fiel a mis convicciones y tengo el don de la sinceridad; de lo contrario, mi oficio sería otro. Si sirviera para fingir, entonces me dedicaría al drama, al circo o a la tragedia. No quiero convertirme en un perro que se pone a dos patas por un poco de comida, tengo demasiadas patas para ponerlas todas en pie y me siento aún demasiado joven para morir volando. Además, así nunca sabría si me aclaman por mis méritos o por una cuestión de respuesta.

-Ah, qué ingenuo y qué cándido eres, aún piensas que hay distinción entre lo bueno y lo mediocre, que lo que triunfa lo hace por sí mismo y no por las influencias. El arte es el mundo de la compra-venta, cadenas de favores con mercancías invisibles, libros que se compran a cambio de que tú compres otros, reseñas por reseñas... Haría honor a mi nombre si te dijera que es a la inversa, y que el arte es eterno e invencible, que tiene su camino asegurado cuando realmente se acerca al cielo. Pero hoy, para ti, me he quitado la máscara, y te hablo con sinceridad y certeza.

-Pues mis ojos son capaces de atravesar tu corazón y entrever la carta que te guardas, y como sé cuál es tu nombre y lo que este significa, me atengo a lo que siempre he sabido: que lo bueno estará siempre cercano a lo íntegro, y que lo que no es íntegro se envenena y muere antes de saber si era bueno; que las costras de tu cuerpo se contagian y que no quiero tenerte como huésped.

-Eres un ingrato y te quedarás fuera del mundo, comerás tus papeles uno a uno y te sacarán la lengua.

-Con las lenguas me quedaré. Ellas son finas y auténticas, pues no está en su voluntad resistirse a los sabores agradables, retorcerse con una quemadura o arrugarse ante lo amargo.


Delia Aguiar

jueves, 28 de marzo de 2013

El horóscopo

     Antes de disparar restalló en mi memoria aquel mensaje definitivo que leí en el periódico: "Tenga cuidado con esa persona de su entorno que se propone arruinar todos sus planes". Pero de pronto ella se volteó y sin darme tiempo a reaccionar me clavó un cuchillo en el corazón. Nunca debí dejarle el periódico. Ella también era Tauro.
Fernando Iwasaki

lunes, 21 de enero de 2013

Mi chiste favorito

Tras el vaho que se condensa, el espejo del baño dibuja una imagen borrosa de lo que debo ser yo. Me tengo que mirar a través de una ventanita que he dibujado con el puño y cada dos por tres tengo que repasar el apaño, porque se empeña en empañarse de nuevo. Llevo veinte minutos tratando de colocarme el pelo de manera aceptable, mientras trato de convencerme de que no es importante, que en lo último que se va a fijar es en mi peinado y a la vez me voy poniendo cada vez más nervioso, porque estoy perdiendo mucho tiempo y ella llegará en cualquier momento y aún no estoy listo ni de lejos.

Al final me conformo con un aprobado raspadito. Voy al armario y hago como que elijo una camisa, aunque ya la tenía pensada desde hace varias horas. Vaqueros, cinturón, otra mirada al espejo, todo bien.

No es sencillo evaluar la propia suerte. Todo esto es un fracaso, yo soy un fracaso. Es imposible elegir peor la hora de enamorarse de alguien -y soy consciente de que "elegir" y "enamorarse" jamás deberían ir en la misma frase-. En ese aspecto, en enamorarme perdidamente de la persona menos indicada, mi estupidez es digna de estudio, les garantizo que hay un Nobel de psicología detrás de las decisiones que estoy tomando últimamente.

Echo pasta en el cepillo y comienzo a frotar a conciencia. Todas las muelas, una por una, por sus diferentes caras, desde distintos ángulos. Soy el orgullo de nueve de cada diez dentistas. Todo esto es un error. Estoy elevando la palabra garrafal a su máxima expresión; espero que me lo agradezca, el palabro, como esto siga así, voy a hacer carrera con él. Después del cepillado le doy un repaso a la lengua, seda dental y enjuague bucal. Quiero que mi aliento sea fresco como nubes de granizo.

Todo esto es un error garrafal, y sin embargo no puedo dejar de pensar en ella. Cada momento del día en el que he recordado que iba a venir a mi casa, ha sido como una explosión de éxtasis sin cortar en mi estómago, me salían mariposas hasta por las orejas.

Me planteo la posibilidad de ponerme una corbata. Me pruebo varias, pero no me convence; demasiado formal, no creo que a ella le guste la idea. Aun así acabo poniéndome una. A estas alturas, he alcanzado cotas insospechadas en la escala del patetismo. Es algo que aún no he podido hablar con nadie, ni siquiera yo soy capaz de tomarme a mí mismo en serio. Tengo un corazón que hace apología constante del humor negro. Si no fuese tan triste, tendría bastante gracia.

Abro el bote de colonia, un poco en el cuello y otro poco en las muñecas. Sin pasarse, que no se note demasiado, es la diferencia entre el "qué bien hueles" y el "qué bien huele tu colonia". Zapatos: cepillado, betún, más cepillado. Los zapatos son una de esas cosas en las que las mujeres siempre se fijan, es algo que se lee en todas partes, desde las revistas en la consulta del dentista hasta la enciclopedia británica. Se diría que no puedes considerarte hombre si no te sabes ese y otros cuatro o cinco puntos básicos.

Nadie elige de quién se enamora. Incluso en mis mejores fantasías, aquellas en las que todo lo que puede salir bien acaba saliendo mejor, hay un montón de cosas que salen terriblemente mal. Sé que voy a sufrir, y mucho. Pero lo prefiero. Al menos lo que me traigo entre manos es totalmente real. La mayoría de las personas que conozco no se enamorarán de verdad en toda su vida. De los que sí lo hagan, la mayoría hará lo que pueda para despegarse de ese sentimiento. Porque no les encaja en sus vidas, porque no les viene bien en ese momento, porque no les encaja a quienes les rodean. En cierto modo el amor es como un jarro de agua fría en plena cara de tu razón, de tu estabilidad emocional, de tu autocontrol. Hay gente que no es capaz de vivir son todo eso, de lidiar con la idea de caos que en realidad envuelve todas nuestras vidas. Yo por mi parte... lo voy a pasar mal, muy mal. Estoy cayendo en un pozo del que no se puede salir entero. Y sin embargo, el amor tiene algo que hace que merezca la pena todo esto. Creo que ahí está la diferencia, ese es un buen lugar para trazar una línea. Todo lo que hay antes es afecto, cariño y demás sinónimos más o menos descafeinados.

Dejo sobre la mesa un ejemplar de Ulises y Joyce, primera parte. Bien visible, pero desordenado, como si hubiese estado leyendo hace dos minutos. Me quito la corbata, le hago un gurruño y la escondo en un cajón. El Ulises es muy exagerado; lo guardo y pongo en su lugar a Cortázar. Guardo Cortázar y me pongo a buscar algo de Hemingway, mientras me planteo si no sería mejor uno de poesía. Tal vez debería tomarme algo para tranquilizarme, tiene que haber algún calmante en algún cajón de esta casa, aunque me preocupa el hecho de que no estoy acostumbrado a tomarlos (¿y si me lo tomo y luego ni se me levanta?). Tengo un corazón que hace apología constante del humor absurdo. Al final dejo a Saramago en la mesilla de mi cuarto y a Neruda abierto boca abajo en el salón.

No es fácil evaluar la propia suerte. Evaluar suena demasiado eleático para el hecho de estar tan feliz y jodido al mismo tiempo. Los seres humanos tenemos que ser una raza infinitamente retorcida para crear una sociedad donde un amor como el mío esté prohibido, donde la sinceridad suele salir cara, donde se humilla el hecho de tener cierta clase de sentimientos que no concuerdan milimétricamente con lo planificado, donde no tener corazón de piedra provoca miradas de desdén y condescendencia; de repente te has convertido en "ese pobre idiota". Y hay que tener una visión terriblemente retorcida, cucarachas de la mortalidad, para que encima se sientan orgullosos de todo eso.

Todo viene prefabricado y adulterado; se cosen amores a medida, ilusiones a medida, ambiciones a medida... los perfectos sastres de sueños. La vida como un puzzle, no buscan piezas que por el dibujo no sepan de antemano que van a encajar ahí, no empiezan el centro hasta que no tienen terminadas las esquinas y los bordes. Y ten la certeza de que si no le sigues, lo próximo que no encajará serás tú.

Suena el timbre (¿qué he hecho con mi corbata?). Espero diez segundos y abro la puerta. Allí está mi chica, sonriéndome, jugueteando con los dedos en su pelo. Cuando ella aparece dejan de importar todas las estúpidas convenciones sociales. Sin más, todo el absurdo de la sociedad, todo el vacío vital, las lágrimas, la soledad y el miedo implosionan en la poesía de su presencia. Y por primera vez en meses, me siento feliz, afortunado de estar vivo. Ahora mismo puedo imaginar el resto de mi vida junto a ella. Sé que es alguien por quien moriría, me da igual que la expresión suene gastada. Por ella moriría cien veces ahora mismo, aquí, en la puerta de mi casa, sin mover un músculo, sin dudar un instante. No creo que todo el mundo pueda decir lo mismo y sentirse sincero.

Sin dejar de sonreír, me dice que llevaba tiempo sin llamarla, que casi había empezado a echarme de menos. Me lo dice abriendo mucho sus ojos azules, sin parpadear y sin darse cuenta del vuelco en forma de espiral que acaba de hacerme el corazón. Ahí lo tienen, mi chiste favorito, si no me hiciese sufrir tanto, tendría bastante gracia.

Saco trescientos euros de mi bolsillo y los deposito cuidadosamente en su mano extendida. Nunca puedo mirarla a la cara cuando lo hago.

martes, 8 de enero de 2013

El brujo postergado


En Santiago había un deán que tenía codicia de aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo.
El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo encontró leyendo en una habitación apartada. Éste lo recibió con bondad y le dijo que postergara el motivo de su visita hasta después de comer. Le señaló un alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho su venida. Después de almorzar, el deán le refirió la razón de aquella visita y le rogó que le enseñara la ciencia mágica. Don lllán le dijo que adivinaba que era deán, hombre de buena posición y buen porvenir, y que temía ser olvidado luego por él. El deán le prometió y aseguró que nunca olvidaría aquella merced, y que estaría siempre a sus ordenes. Ya arreglado el asunto, explicó don Illán que las artes mágicas no se podían aprender sino en lugar apartado, y tomándolo por la mano lo llevó a una pieza contigua en cuyo piso había una gran argolla de fierro. Antes le dijo a una sirvienta que tuviese perdices para la cena, pero que no las pusiera a asar hasta que la mandaran. Levantaron la argolla entre los dos y descendieron por una escalera de piedra bien labrada hasta que al deán le pareció que habían bajado tanto que el lecho del Tajo estaba sobre ellos. Al pie de la escalera había una celda y luego una biblioteca y luego una especie de gabinete con instrumentos mágicos.
Revisaron los libros y en eso estaban cuando entraron dos hombres con una carta para el deán escrita por el obispo, su tío, en la que le hacía saber que estaba muy enfermo y que si quería encontrarlo vivo no demorase. Al deán lo contrariaron mucho estas nuevas, lo uno por la dolencia de su tío, lo otro por tener que interrumpir los estudios. Optó por escribir una disculpa y la mandó al obispo. A los tres días llegaron unos hombres de luto con otras cartas para el deán, en las que se leía que el obispo había fallecido, que estaban eligiendo sucesor, y que esperaban por la gracia de Dios que lo elegirían a él. Decían también que no se molestara en venir, puesto que parecía mucho mejor que lo eligieran en su ausencia.
A los diez días vinieron dos escuderos muy bien vestidos, que se arrojaron a sus pies y besaron sus manos y lo saludaron obispo. Cuando don Illán vio estas cosas, se dirigió con mucha alegría al nuevo prelado y le dijo que agradecía al Señor que tan buenas nuevas llegaran a su casa. Luego le pidió el deanazgo vacante para uno de sus hijos. El obispo le hizo saber que había reservado el deanazgo para su propio hermano, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago. Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron con honores. A los seis meses recibió el obispo mandaderos del Papa, que le ofrecía el arzobispado de Tolosa, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El arzobispo le hizo saber que había reservado el obispado para su propio tío, hermano de su padre, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Tolosa. Don Illán no tuvo más remedio que asentir.
Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con honores y misas. A los dos años, recibió el arzobispo mandaderos del Papa, que le ofrecía el capelo de Cardenal, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El Cardenal le hizo saber que había reservado el arzobispado para su propio tío, hermano de su madre, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Roma. Don Illán no tuvo más remedio que asentir. Fueron para Roma los tres, donde los recibieron con honores y misas y procesiones. A los cuatro años murió el Papa y nuestro Cardenal fue elegido para el papado por todos los demás. Cuando don Illán supo esto, besó los pies de Su Santidad, le recordó la antigua promesa y le pidió el cardenalato para su hijo. El Papa lo amenazó con la cárcel, diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y que en Toledo había sido profesor de artes mágicas. El miserable don Illán dijo que iba a volver a España y le pidió algo para comer durante el camino. El Papa no accedió. Entonces don Illán (cuyo rostro se había remozado de un modo extraño) dijo con una voz sin temblor:
—Pues tendré que comerme las perdices que para esta noche encargué. La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las asara. A estas palabras, el Papa se halló en la celda subterránea en Toledo, solamente deán de Santiago, y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a disculparse. Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte de las perdices y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y lo despidió con gran cortesía.

Nota: adaptación de Jorge Luis Borges de De lo que contesçió a un deán de Sanctiago con don Illán, de Don Juan Manuel.